Dios… ¿Quién era Dios para mí? ¿Cómo me lo habían descrito? Bueno, me parecía un viejo enojado, sentado en su trono esperando a que cometiera el siguiente error para restregármelo en la cara y recordarme lo mala que soy y lo perfecto que Él es. Le rogaba todas las noches para que no permitiera que viera ningún demonio. No lo veía como un protector. El tema central de las predicaciones en mi niñez eran los demonios y lo que yo llamo terrorismo cristiano. Esa niña iba con frecuencia a su cama, llorando por su imposibilidad de ser perfecta ante Dios. Conocía la ley, pero no la gracia. Me ubicaba en una esquina de la cama y miraba por la ventana. Le decía: “Señor, si me perdonaste, porfavor ilumina el cuarto con la luz del sol.” El cuarto se iluminaba. Volvía: “Señor, si me perdonaste, porfavor que baje la iluminación.” Se oscurecía. Y allí lloraba de alegría. Necesitaba Su aprobación, pero nunca la ganaremos por nosotros mismos… Pero no lo sabía. Hay mucho más debajo de este escrito de lo que puedo escribir… Necesitaba la aprobación de alguien más que nunca ha estado, aún estando… Creo que esa es la historia de muchos de nosotros. Hay relaciones que reflejan más que otras la relación de Dios con el hombre, y cuando esas relaciones son tan destructivas pensamos que Dios es igual. Este año comprendí algo maravilloso, y ya no soy esa niña llorando en la cama… Quisiera compartirlo con ustedes:
Había ido en avión hasta San Juan, Puerto Rico, con el fin de trabajar de voluntario en una campaña de Billy Graham. Había llegado allí para hacer la obra de Dios y participar en un momento histórico de la cristiandad. Se estaba transmitiendo auqella campaña evangelística en el mundo entero, con traducción simultánea a docenas de idiomas. Allí se habían reunido cristianos muy reconocidos de numerosas naciones… Estaba en suelo santo.
Pero una noche, cuando el pastor en cuya casa yo estaba hospedado salió de la casa para ir a una reunión, yo me dejé caer en su sofá y prendí el televisor. Fui cambiando de canales sin pensar en nada. Entonces pasé un canal donde todo era estática; las imágenes estaban borrosas y eran difíciles de identificar. Lo volví a poner. Cuando lo hice, la estática se aclaró por unos segundos, y las imágenes se hicieron más nítidas. Era un canal pornográfico de cable.
No lo apagué. Habría podido hacerlo… En lugar de hacerlo, me dejé dominar por completo por mis apetitos lujurioso. Me pasé toda la hora siguiente volviendo una y otra vez al canal para captar unos vistazos de cinco segundos…
Cuando al fin apagué el televisor y me fui a mi cuarto, la convicción que había estado deteniendo en mi interior me entró atropelladamentente en el corazón. Había hecho aquel viaje tan largo para sentarme en la casa de un pastor a ver pornografía. Estaba allí para hacer la obra de Dios… Vaya broma. Yo no era más que un repugnante hipócrita. Allí tirado, con la mirada fija en el techo, ni siquiera podía ponerme a orar. Por fin me quedé sumido en un inquieto sueño.
Soñé que me hallaba en una habitación repleta de tarjeteros. Eran como las que usaban las bibliotecas en el pasado. Cuando abrí uno de los archivos, descubrí que las tarjetas describían pensamientos y acciones procedentes de mi vida. La habitación era un rudimentario sistema de catalogación de todo lo bueno o malo que yo había hecho en la vida.
Mientras revisaba las tarjetas que se hallaban bajo los títulos Amigos que he traicionado, Mentiras que he dicho y Pensamientos lujuriosos, me sentí abrumado por la culpa. Allí estaban descritos con todo escalofriante detalle momentos largo tiempo olvidados en que había actuado de forma incorrecta. Lo triste es que mis malas obras superaban a las buenas. Traté de destruir una tarjeta, desesperado por borrar el recuerdo de lo que había hecho. Pero era imposible cambiar el pasado. Solo podía llorar ante mis fallos y mi vergüenza.
Entonces entró Jesús a la habitación. Tomó las tarjetas y comenzó a firmarlas una tras otra con su nombre. El nombre suyo cubría al mío, y quedaba escrito con su sangre.
– Joshua Harris, Cava más hondo, págs. 96-97
Expiación. “Expiar significa reparar el daño, -escribe J. I. Packer- borrar por completo la ofensa y ofrecer una satisfacción por el mal hecho, reconciliando de esa manera consigo mismo a aquel a quien se había distanciado y restaurando la relación que había quedado interrumpida.” No, ya no soy esa niña pidiendo señales de luz solar… Soy una joven imperfecta, sí, pero perdonada.
-Juliany