Dios está bajo los escombros en Gaza

Por Rev. Dr. Munther Isaac

Traducido al español por Juliany González Nieves

Una de mis grandes preocupaciones es la manera en que algunas personas e iglesias cristianas están acercándose al tema de Palestina e Israel. Uno de los retos más significativos es que mucha de la literatura producida por teólogos y teólogas palestinos protestantes no ha sido traducida al español. En un esfuerzo por amplificar estas voces, he traducido este sermón del Rev. Dr. Munther Isaac.

Este sermón fue predicado por el Rev. Dr. Munther Isaac el 22 de octubre en la Iglesia Evangélica Luterana de Beit Sahour y la Iglesia Evangélica Luterana Navidad en Belén, luego de que un ataque de las Fuerzas de Defensa de Israel impactara a uno de los edificios de la iglesia activa más antigua en Gaza, la Iglesia Ortodoxa Griega de San Porfirio. Se ha reportado que 18 personas murieron.

Sojourners ha publicado la versión en inglés aquí.

Dios está bajo los escombros en Gaza

Asediaron a nuestra familia palestina en Gaza. Los describieron como monstruos y los culparon. Las Fuerzas de Defensa de Israel bombardearon sus casas, arrasaron sus barrios, los desplazaron y los culparon. Nuestras familias –hermanos y hermanas, tíos y tías, sobrinos y sobrinas– se refugiaron en escuelas donde fueron bombardeados, en hospitales donde fueron bombardeados, en lugares de culto donde fueron bombardeados, y luego fueron culpados.

Estamos destrozados. El pueblo de Gaza está sufriendo. Lo han perdido todo, excepto su dignidad. Muchos alcanzaron la gloria –alcanzaron el martirio– aun si ellos no lo pidieron. Ahora, nuevamente en nuestra historia, se enfrentan a la misma elección: muerte o desplazamiento. ¡Nuestra Nakba continúa!

¿Adónde van a ir? ¡No hay lugar para ellos en este mundo!

Las naciones del mundo –incluido Estados Unidos– están en contra de ellos. Usan dinero, armas, diplomacia y teología contra el pueblo de Palestina, el pueblo de Gaza. ¡Hablan entre ellos acerca de dónde acabaremos después de nuestra limpieza étnica, como si fuéramos cajas extra que no tienen cabida en la casa!

No hay misericordia. La humanidad se ha ido. No hay nadie que lamente nuestra muerte. No hay nadie que detenga esta máquina de guerra porque no somos de un determinado pueblo, religión o raza. No estamos entre “los escogidos”. Los poderes políticos del mundo nos ven como un obstáculo, no como un aliado. Estábamos destrozados y volvemos a estar destrozados todos los días por las imágenes de la muerte, especialmente cuando se acerca a nosotros: nuestras familias, nuestras hermanas, nuestros parientes y seres queridos con quienes hablábamos a diario. Todos estamos rotos. Escuchamos historias aterradoras sobre el infierno en la tierra. El infierno es una realidad hoy en Gaza. Nuestros hermanos y hermanas palestinos están experimentándolo ahora.

Lo que está sucediendo en Gaza no es una guerra ni un conflicto, sino una aniquilación – genocidio continuo y limpieza étnica mediante la muerte y el desplazamiento forzado. Las potencias políticas mundiales están sacrificando al pueblo de Palestina para asegurar sus intereses en el Medio Oriente. Dicen que nuestra aniquilación es necesaria para mantener seguro al pueblo de Israel. Nos ofrecen como sacrificios en el altar de la expiación, mientras pagamos el precio de sus pecados con nuestras vidas.

¿Dónde está la justicia? Hablan de derecho internacional. Nos sermonean sobre derechos humanos y nos miran con desprecio como si fueran superiores a todos los demás en términos de valores y moral. Les digo: “Váyanse con sus leyes y sus charlas sobre derechos humanos”. Ustedes, europeos y americanos, hoy han sido desnudados delante del mundo entero. Su racismo e hipocresía han quedado al descubierto. En verdad, ¿no hay vergüenza? Yo personalmente no quiero oír hablar de paz y reconciliación.

El pueblo de Gaza hoy quiere vida. Quieren una noche sin bombardeos. Quieren medicamentos y operaciones quirúrgicas con anestesia. Quieren las necesidades más simples de la vida: alimentos, agua limpia y electricidad. Quieren libertad y una vida con dignidad. Quienes sufren bombardeos, palizas y persecución no quieren oír hablar de reconciliación y paz. ¡Quieren el fin de la agresión!

Nos pidieron que oráramos. El pueblo de Gaza todavía nos pide que oremos, y ellos todavía están orando. ¿De dónde sacas esta fe?

Oramos. Oramos por su protección… y Dios no nos respondió. Ni siquiera en la “casa de Dios” los edificios del templo fueron capaces de protegerlos. Nuestros hijos mueren ante el silencio del mundo y ante el silencio de Dios. ¡Qué difícil es el silencio de Dios! Hoy clamamos con los salmistas:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué saliste de Gaza? ¿Hasta cuándo la olvidarás por completo? ¿Por qué le ocultas tu rostro? De día te invoco, pero no respóndes; de noche no encontramos descanso.

No te alejes del pueblo de Gaza, porque la angustia está cerca, porque no hay nadie que los ayude. Oh Señor, Dios de nuestra salvación, día y noche hemos clamado delante de ti… deja que nuestra oración llegue delante de ti… inclina tu oído a nuestros clamores… porque seguramente te has saciado de las aflicciones. Nuestras almas y nuestras vidas se acercan al abismo… nuestros ojos se derriten por la humillación. Te invocamos, Señor, todos los días. Te extendemos nuestras manos a ti. ¿Por qué, Señor, rechazas nuestras almas? ¿Por qué escondes tu rostro de nosotros?” (Adaptado de los Salmos 13, 22 y 88)

Buscamos a Dios en esta tierra. Teológica y filosóficamente preguntamos: ¿Dónde está Dios cuando sufrimos? ¿Cómo explicamos su silencio?

Pero lejos de la filosofía y de las preguntas existenciales, en esta tierra, incluso Dios es víctima de la opresión, la muerte, la maquinaria de guerra y el colonialismo. Vemos al Hijo de Dios en esta tierra gritando la misma pregunta que en la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué dejas que me torturen? ¿Crucificado?

Dios sufre con el pueblo de esta tierra, compartiendo el mismo destino. Como escribió Mitri Al-Raheb en su artículo “La teología en el contexto palestino”, el cual apareció en un libro árabe que edité:

“En cuanto al Dios de esta tierra, Él no es como todos los dioses… Su tierra está arada con hierro… Sus templos son destruidos por el fuego… Su pueblo es pisoteado, y Él no mueve un músculo. El Dios de esta tierra está oculto a la vista. Buscas sus huellas pero no las ves. Anhelas que Él abra los cielos y descienda a ver, a escuchar, a ser compasivo, a salvar. El Dios de esta tierra no repele a ejércitos viciosos, sino que comparte un mismo destino con su pueblo. Su casa está derribada. Su hijo es crucificado. Pero su misterio no perece. Más bien, resurge de las cenizas, y lo ves con los refugiados. Él camina, y en la oscuridad de la noche hace brotar manantiales de esperanza. Sin este Dios, Palestina sigue siendo una tierra quemada… sigue siendo un campo de destrucción. Pero si Dios pisotea sus cimientos, sólo hará de ella una tierra santa, una tierra en cuyas colinas resuena la buena nueva de la paz”.

Amados, en estos tiempos difíciles consolémonos con la presencia de Dios en medio del dolor, e incluso en medio de la muerte, porque Jesús no es ajeno al dolor, el arresto, la tortura y la muerte. Él camina con nosotros en nuestro dolor.

Dios está bajo los escombros en Gaza. Él está con los asustados y los refugiados. Está en el quirófano. Éste es nuestro consuelo. Él camina con nosotros por el valle de sombra de muerte. Si queremos orar, mi oración es que aquellos que sufren sientan esta presencia sanadora y reconfortante.

Tenemos otro consuelo, que es la resurrección. En nuestro quebrantamiento, dolor y muerte, repitamos el evangelio de la resurrección: “Cristo ha resucitado”. Se convirtió en primicias de los que durmieron. Cuando vi las imágenes de los cuerpos de estos santos en las bolsas blancas frente a la iglesia, durante su funeral, vino a mi mente el llamado de Cristo: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros de los fundamentos del mundo” (Mateo 25:34).

Frente a imágenes de muerte y de muertes de niños, escuchamos hoy el llamado inmortal de Cristo: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios” (Marcos 10:14). Si no hay lugar para los niños de Palestina y los niños de Gaza en este mundo cruel y opresivo, entonces tienen un lugar en los brazos de Dios. De ellos es el reino. Ante los bombardeos, los desplazamientos y la muerte, Jesús los llama: “Venid a mí, benditos de mi Padre. Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino”. Esta es nuestra fe. Este es nuestro consuelo en nuestro dolor. Amén.


Rev. Dr. Munther Isaac es pastor de la Iglesia Evangélica Luterana Navidad en Belén, decano académico en Bethlehem Bible College, y director de la conferencia Christ at the Checkpoint.


Featured photo by Diana khwaelid on Unsplash.

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