
He visitado mi escritorio con frecuencia, planificando escribir finalmente acerca de las realidades que ahora me rodean “aquí y allá.” Gradúo la cantidad de luz que necesito, y me aseguro de que las pequeñas pilas de libros que tengo en la esquina derecha del escritorio sean inspiradoras -sí inspiradoras. Con mis audífonos puestos y una pieza de Franz Joseph Haydn tocando, miro a la página en blanco. Página en blanco. Pasan diez minutos. Ojeo un libro acerca de gender dysphoria o acerca de third world theologies. Página en blanco. Todo el tiempo evitando pensar en sus cuerpos ensangrentados en el suelo de Pulse en Orlando. Pero no puedo. Por un momento se sintiera imposible escapar del sentimiento de vacío y soledad que deja la muerte, y que es ahondado al ver acercamientos crueles a la tragedia y el dolor del otro -que en última instancia es el dolor de todos.
Escribir acerca de religión, política, y sexo siempre es controversial. Y es mucho más complicado dado el clima del debate público actual. Yo escribo como pecadora, evangélica, y estudiante de teología. Escribo inevitablemente desde la iglesia, y para la iglesia; con la esperanza de que las personas que no son miembros de la iglesia encuentren mis escritos como un vehículo que promueve el diálogo caritativo.
Quiero decir que todos los líderes religiosos que tienen acceso a los medios de comunicación no representan el pensar ni el sentir de todos aquellos que somos miembros de la iglesia. Se ha tratado de vender la idea, por parte de personas que pertenecen a varios sectores, de que los grupos/sectores son homogéneos; pero esto es un mito.
El debate en Puerto Rico ha sido largo y tendido; teniendo como resultado marchas multitudinarias, conferencias, y hasta la formulación de una llamada Guía del Voto Moral, la cual aparentemente no considera nombramientos político fanáticos a una posición académica y/o acusaciones de plagio como algo inmoral (¿?). Permítanme decir que la moralidad no se reduce a la sexualidad. Más aún, mero moralismo no es cristianismo. Entonces desde las sombras surge aquella trágica noche del 12 de junio… He visto a aquellos que se han acercado llenos de gracia a llorar con quienes lloran. Pero también he visto a aquellos que escupen en los rostros de quienes hoy sufren esta perdida, buscando invalidar el dolor del otro; no sabiendo que cuando invalidan el dolor del otro, invalidan el dolor de todos, incluyendo el suyo propio. Responder a esta tragedia no toma una semana, ni un mes, ni hasta que el recuerdo se oculte en las sombras de nuestra memoria. Responder a la muerte, para la cual no fuimos creados, nos toma la vida. Nos toma aprender a lamentarnos como iglesia en medio de la esperanza que presenta el mensaje de Jesús. Y este lamento no es pasivo, sino que es un clamor por justicia. Son voces que se levantan, manos que se alzan, y pies que caminan por los senderos tortuosos de nuestra isla, buscando que todos florezcan; reconociendo la dignidad en los ojos de todos aquellos que reflejan el arte de su Hacedor. Responder a esta tragedia nos toma el entender que las personas son personas, no proyectos, y que todos estamos rotos. Somos gente quebrantada de una u otra manera… Y de la misma manera. Ante esta realidad, la buena noticia del evangelio es que la Vida nos encuentra en esta vida tan llena de muerte, mostrándonos que otro mundo es posible.
-Juliany